Marco Antonio Campos, poeta, critico e organizzatore dell'Encuentro de Poetas del Mundo Latino è anche un ottimo traduttore. Ricevo da lui, in questi giorni, il dono della sua traduzione – e della pubblicazione sulla rivista cilena on line Panorama cultural – di alcune poesie che amo particolarmente. Le ho scritte nell'ormai lontano 1992, durante un lungo soggiorno a Parigi e sono state poi pubblicate, per la prima volta, nella raccolta "La finestra di Simenon (1990):
Poemas de Piera Mattei
Traducción: Marco Antonio Campos
LA VENTANA DE SIMENON
Ha cerrado una valija
pequeña, el departamento abandonado
al instante que decidió
su Pompeya,
las plantas, la ropa, los papeles.
Transcurre los días ante una ventana,
a una hora cierta de la tarde
espera. Pájaros bien torneados
atraviesan en diagonal.
La ventana de Simenon
la llama, que no está en una historia,
está en todas, símil a él,
al autor. Allí se queda para observar
los delitos, para deleitarse con la invención.
CARTA (1)
Me llevé tu libro dentro del recinto
verde de la rue de Babylone
donde se hallaba el huerto de las hermanas
y aún quedan segmentos de manzanos en espaldera,
un emparrado de rosas, una virgen
modesta en la piedra y no atractiva
estilo mitad del siglo.
El sol era tenue,
como el niño solitario
en el abriguito beige abotonado
Jugaba a meditar
piedras y objetos pequeños, esparcidos
en el cuadrado de arena
que le fue circunscrito.
CARTA (2)
Vivimos tres fauves dentro de una madriguera
y fuera el parte meteorológico no promete
la ciudad respira desde la ventana cerrada
pero en el barrio existe
una cariátide graciosa las tetitas
de piedra al viento. Los japoneses
le sacan fotos luego hacen una reverencia
(no, no los he visto), pero en el Luxemburgo
me sentaba con botes de agua, los papeles, los colores, uno
de ellos espiándome. Cuando lo fijo se inclina
hasta la cintura (esto lo he visto)
y salta sobre las basquettes continuando
cada tres pasos a flexionarse.
En la rue Princesse la poeta americana
enorme en el traje esmeralda
durante el reading se ha puesto a lagrimear
con un solo ojo una esfera negra
redonda como un lunar.
En el cine me gusta el domingo en la mañana
sorprender a la ciudad aún cansada.
He aquí que los cuentos son de acontecimientos
pequeños, creo que ha habido una explosión
aquí en las cercanías, sueño mots
francais, personajes italianos, las cartas
las espero todos los días, la escuela que frecuenta
mi hija dicen que ya fue un teatro
en la Belle Epoque de streep-tease.
CARTA (3)
Dentro del inmueble donde moro,
desde hace meses, arriba de mí o en el interior,
al lado, han nacido, sin exhibirse
lazos, sin desorden,
si no fuese el pequeño lloro
que atraviesa las paredes, desconsolado.
Igualmente, sin que yo sepa
cómo ocurre (quizá de
puntillas) alguien hace subir
a los pisos la guía roja.
Y, te diré, creo que la misma
persona –no vista- es la que pone
tus cartas sobre el felpudo
delante de mi puerta.
LOS ÁRBOLES DEL MUSEO RODIN
El canto de los volátiles animales
hace seguras a las muchachas
de que aquellos gigantes sean árboles reales
disciplinados, que tiemblan graciosos
juntos desde lo bajo hacia lo alto
y filtran luz
fulgurada por el temporal nocturno.
Demasiado bellos porque gozando ya de sí mismas
no los ignoren las muchachas.
Así a la noche cerrando las verjas
se dejan ir, descomponen
las ramas, piensan de nuevo en
las muchachas que como deberes esbozan
en libretas los desnudos cuerpos viriles.
Susurran:
“¡Oh, nosotros, los árboles,
somos las estatuas más bellas!”,
y mutuamente se lisonjean.
Poemas de Piera Mattei
Traducción: Marco Antonio Campos
LA VENTANA DE SIMENON
Ha cerrado una valija
pequeña, el departamento abandonado
al instante que decidió
su Pompeya,
las plantas, la ropa, los papeles.
Transcurre los días ante una ventana,
a una hora cierta de la tarde
espera. Pájaros bien torneados
atraviesan en diagonal.
La ventana de Simenon
la llama, que no está en una historia,
está en todas, símil a él,
al autor. Allí se queda para observar
los delitos, para deleitarse con la invención.
CARTA (1)
Me llevé tu libro dentro del recinto
verde de la rue de Babylone
donde se hallaba el huerto de las hermanas
y aún quedan segmentos de manzanos en espaldera,
un emparrado de rosas, una virgen
modesta en la piedra y no atractiva
estilo mitad del siglo.
El sol era tenue,
como el niño solitario
en el abriguito beige abotonado
Jugaba a meditar
piedras y objetos pequeños, esparcidos
en el cuadrado de arena
que le fue circunscrito.
CARTA (2)
Vivimos tres fauves dentro de una madriguera
y fuera el parte meteorológico no promete
la ciudad respira desde la ventana cerrada
pero en el barrio existe
una cariátide graciosa las tetitas
de piedra al viento. Los japoneses
le sacan fotos luego hacen una reverencia
(no, no los he visto), pero en el Luxemburgo
me sentaba con botes de agua, los papeles, los colores, uno
de ellos espiándome. Cuando lo fijo se inclina
hasta la cintura (esto lo he visto)
y salta sobre las basquettes continuando
cada tres pasos a flexionarse.
En la rue Princesse la poeta americana
enorme en el traje esmeralda
durante el reading se ha puesto a lagrimear
con un solo ojo una esfera negra
redonda como un lunar.
En el cine me gusta el domingo en la mañana
sorprender a la ciudad aún cansada.
He aquí que los cuentos son de acontecimientos
pequeños, creo que ha habido una explosión
aquí en las cercanías, sueño mots
francais, personajes italianos, las cartas
las espero todos los días, la escuela que frecuenta
mi hija dicen que ya fue un teatro
en la Belle Epoque de streep-tease.
CARTA (3)
Dentro del inmueble donde moro,
desde hace meses, arriba de mí o en el interior,
al lado, han nacido, sin exhibirse
lazos, sin desorden,
si no fuese el pequeño lloro
que atraviesa las paredes, desconsolado.
Igualmente, sin que yo sepa
cómo ocurre (quizá de
puntillas) alguien hace subir
a los pisos la guía roja.
Y, te diré, creo que la misma
persona –no vista- es la que pone
tus cartas sobre el felpudo
delante de mi puerta.
LOS ÁRBOLES DEL MUSEO RODIN
El canto de los volátiles animales
hace seguras a las muchachas
de que aquellos gigantes sean árboles reales
disciplinados, que tiemblan graciosos
juntos desde lo bajo hacia lo alto
y filtran luz
fulgurada por el temporal nocturno.
Demasiado bellos porque gozando ya de sí mismas
no los ignoren las muchachas.
Así a la noche cerrando las verjas
se dejan ir, descomponen
las ramas, piensan de nuevo en
las muchachas que como deberes esbozan
en libretas los desnudos cuerpos viriles.
Susurran:
“¡Oh, nosotros, los árboles,
somos las estatuas más bellas!”,
y mutuamente se lisonjean.